lunes, 7 de julio de 2014

Tres segundos.

Y de repente, después de aquellos meses, su sonrisa se volvió a clavar en ella. Era una tarde corriente de varano, el calor era más intenso de lo que lo había estado siendo los días anteriores, pero el mundo seguía girando sin detenerse ni un segundo. Entonces, sin esperarlo, sin imaginarlo, su inconfundible silueta apareció frente a ella. Sus miradas se cruzaron un segundo, y la de ella se empequeñeció. El mantuvo sus ojos firmes en ella y finalmente le dedicó una mueca amistosa, una pequeña sonrisa. Fueron tres segundos, igual más, él no detuvo su paso ni ella su velada. Pero aquel pequeño gesto, aquel efímero trocito de tiempo se detuvo y se mantuvo en sus pensamientos durante el resto del día.
 
Ella se distraía con su rutina, pero la imagen de aquellos segundos iba y venía constantemente de su mente. Aquella imagen había hecho que sintiera la necesidad de hablarle, de decirle que le echaba de menos y que le gustaría pasar un rato con él como solían hacer. Pero no lo hizo. No lo hizo por que tenía miedo. Ella pensó que era miedo al rechazo, pero en su interior sabía que lo que realmente temía era algo mucho mayor: La Realidad.