lunes, 28 de noviembre de 2011

Por qué.

Él había estado mucho tiempo preparándose para ese momento, la miró, estaba especialmente guapa. Ya no sólo por el precioso vestido rojo y negro que dejaba entrever su esbelta figura, que ella rara vez destapaba, si no porque ese día tenía algo especial, en su mirada, en su sonrisa, en sus gestos… Al menos, eso le parecía a él. 
Cogió aire, lo soltó, la miró apoyada en el puente, mirando distraídamente al vacío dejando que el aire jugara con los mechones sueltos de su pelo. La llamó:
- Cornelia. - Ella se volvió y lo miró, dispersa todavía, como si no quisiera dejar de mirar al vacío. Esperó a que él hablara. – Te quiero. – dijo él, sin pensárselo. Ella lo miró ahora apartando la vista del vacío. Parecía que no hubiera escuchado nada pues permaneció impasible. Luego frunció el ceño, y torció la cabeza hacia un lado, como si no comprendiera aquellas dos palabras.
- ¿Por qué? – le preguntó, seria, muy seria. 
¿Por qué? se repitió él asimismo, estaba preparado para cualquier tipo de respuesta como “para mí sólo eres un amigo” la más pesimista, “vayamos despacio”, como la más posible, o “yo también” como la más deseada. O incluso se había preparado gestos, como un abrazo de consolación, una sonrisa de complicidad, o un precioso beso. Pero por qué, eso no, para eso no estaba preparado. Su primera reacción fue sonreír, pero no estaba seguro de que esa sonrisa fuera de confusión, de ironía, o de no saber qué contestar. 
Ella no se tomó muy bien esa reacción.Pues respondió:
 – Es una pregunta seria. ¿Qué te hace quererme? ¿Qué te ha hecho pensar que me quieres? – Él no contestó, estaba en una especie de estado de shock. – Tu silencio es una respuesta para mí. – Se fue, o al menos caminó algunos pasos hasta que él se decidió a hablar. 
- Toda tú me incita a quererte, tus sonrisas, tus miradas, tu forma de vestir, tu forma de andar, tu forma de hablar, de reír, de gritar… Por tu forma de apartarte el pelo de la cara, de subirte disimuladamente los pantalones, de poner los ojos en blanco cundo algo te cansa, de morder distraídamente los bolis, por tu forma de clavar la pajita en el zumo que luego acabas bebiéndote sin pajita, por tus muecas… Por la forma en que te apoyas disimuladamente sobre tus brazos para ‘descansar la vista’, por tu forma de dar vueltas a todos los objetos que te rodean, de quitarte y ponerte los anillos mil veces cuando estás nerviosa, de crujirte los dedos, de subirte las gafas, de mirarte las uñas por aburrimiento, de bostezar, por la forma de subir una ceja cuando desconfías de algo y arrugar la nariz cuando imitas a tus amigas. También  me encanta cuando algo no te gusta y dices ‘puf’. La forma de alzar las cejas cuando algo te sorprende y fruncir el ceño cuando algo te extraña. Por como tratas a la gente, por como ayudas siempre a tus amigas. Por todo.
Y a tu segunda pregunta te diré que sé que te quiero, porque no puedo estar ni un segundo más sin robarte un beso. – Ella lo miró, esta vez sonriendo, ávida de un beso, se acercaron, se besaron, primero dulcemente, después apasionadamente.

                               

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